25 septiembre, 2017

Jack O´Lantern

Jack O´Lantern

Relato popular irlandés

En Limerick, más precisamente en Ballingarry, vivía un hojalatero que, como todos los de su profesión, era pobre y, por lo tanto, estaba obligado a vagar por todo el país recogiendo quincalla que después reparaba. Sin embargo Jack –tal era su nombre- tenía una casa con un jardín y en el jardín un manzano que era su orgullo. Cuando salía de viaje, siempre le pedía a su mujer que cuidará la casa, el jardín y, por supuesto, el manzano.
Un día, en un camino muy lejos de su hogar, Jack vio a un hombre distinguido que venía en sentido opuesto. Al cruzarlo, se sacó el sombrero y lo saludó con respeto. El hombre, complacido por la actitud de Jack, le dijo:
-Te concedo tres deseos. Pide lo que quieras, no tengo ningún problema en darte lo que pidas. Es una gran oportunidad para ti, así que piensa bien.
Jack, sorprendido, se quedó mirándolo. Luego se sacó el sombrero, se rascó la cabeza y dijo:
-En casa tengo un sillón muy viejo. Cuando alguien me visita, se lo cedo y no tengo otro remedio que quedarme de pie. Quiero que, de ahora en adelante, todo el que se siente en mi sillón se quede adherido a él y que el sillón se quede pegado al suelo.
-¿para qué quieres eso?- preguntó el hombre.
-Para que nadie pueda levantarse mientras yo no lo permita- dijo Jack.
-Concedido- dijo el hombre y, pensando que Jack era un poco tonto, agregó-. Trata de pedirme algo útil.
Jack volvió a rascarse la cabeza y luego dijo:
-En mi jardín tengo un manzano. Es un árbol generoso que da hermosos frutos. Pero siempre hay algún bribón que pasa y me roba las manzanas. Entonces quiero que todo aquel que trate de robarme una manzana del árbol se quede adherido a la fruta hasta que yo decida liberarlo.
-Concedido- dijo el hombre, ya dando por seguro que Jack era muy tonto, y agregó-. Ahora es el turno de tu último deseo. Trata de pensar en algo que te sirva, algo que sea de veras útil para ti y los tuyos.
Jack se tomó la barbilla con la mano derecha y con la izquierda se rascó una oreja, luego dijo:
-Mi mujer tiene una bolsa de cuero. Allí guarda los restos de la lana que le sobran. Pero siempre hay algún bribón que le roba la bolsa y le da puntapiés como a un balón. Es una pena porque se derrocha la lana…
-¿Y entonces?- dijo el hombre algo impaciente.
-Entonces quiero que todo lo que entre en la bolsa no pueda salir mientras yo no lo permita.
-Concedido- dijo el hombre-. Pero creo, pobre amigo, que no has pedido bien.
El hombre saludó a Jack y se marchó meneando la cabeza. Jack, por su parte, volvió a su casa feliz y y tan pobre como antes.
Pasó el tiempo y Jack tuvo un accidente que lo postrado en su lecho por un año. Como no podía trabajar, él y su mujer estaban a punto de morirse de hambre. Un día en que compartían los magros mendrugos que algunos vecinos caritativos les habían alcanzado, alguien llamó a la puerta. Era un desconocido alto y elegante que, sin presentarse, entró y dijo:
-Ya veo que son muy pobres y tienen hambre. Estoy dispuesto a ayudarlos con una condición.
-¿Cuál?- preguntó Jack.
-Te daré todo tipo de riquezas, pero dentro de siete años deberás venir conmigo.
-Es usted generoso, buen señor. ¿Quién es usted?
-¿No adivinas? –dijo el hombre-. Soy el diablo.
La mujer de Jack se santiguó muda de espanto, pero el hojalatero dijo:
-No me importa quién sea. Aceptó su oferta.
El diablo entonces se fue y Jack se convirtió en un hombre rico. En su casa nunca faltaba la comida, él ya no reparaba objetos de hojalata y su esposa no tejía para otros. Ambos se quedaban en su casa y, para sorpresa de todos los vecinos, vivían muy bien. Jack se olvidó del diablo y de la promesa, y como suele suceder en estos casos los siete años pasaron muy rápidamente.
Pero el último día del último año el diablo llamó a la puerta y apareció ante Jack.
-Ya pasó tu tiempo –dio-. Cumplí con mi palabra y deberás  cumplir con la tuya. Ahora vendrás conmigo.
-Empeñé mi palabra e iré con usted –dijo Jack-. Sin embargo, quisiera pedirle a que me deje despedirme de mi esposa. ¿Por qué no me espera sentado en ese sillón? No tardaré mucho.
El diablo se sentó y esperó unos minutos. Jack no demoró.
-Vamos –dijo.
Pero el diablo no pudo levantarse. Lanzó un alarido que se oyó en todo el pueblo y por mucho que hizo, siguió adherido al sillón. Al final, rojo de rabia, le dijo a Jack:
-Te daré el doble de lo que te di y catorce años para que disfrutes tus riquezas, pero déjame ir.
-De acuerdo –dijo Jack-. Levántese y váyase.
El diablo huyó tan rápido como pudo y Jack empezó a disfrutar de su fortuna. Pero los catorce años pasaron veloces y el diablo volvió a hacerse presente.
-Basta de trucos. Ahora vendrás conmigo. Vamos, prepárate y salgamos.
-Estoy listo -dijo Jack-, pero quisiera pasar por mi jardín. Allí he pasado mis mejores horas. Me gustaría verlo tan sólo una vez más.
El diablo…